Continuando con la serie de post que venimos disfrutando, en el post anterior veíamos contenido relacionado a los elementos más básicos de la ciencia, increíblemente encontrados en el primer versículo de la Biblia; y valorábamos que cuando la Biblia habla de ciencia, historia, matemáticas, sea lo que fuere de lo que la Biblia hable, es la Palabra de Dios. Y Dios es infalible y también Su Palabra es así de infalible.
Una vez que se genera el tiempo, la fuerza, la acción, el espacio y la materia, es todo lo que se necesita. Y Génesis 2:2 dice que Dios acabó la obra que hizo. Él lo hizo y lo concluyó. Todo a la vez, creó la matriz completa. No ha habido ninguna creación más desde entonces, ya que no se necesita ninguna creación.

La ciencia ha llamado al cese total de la actividad creativa la primera Ley de la Termodinámica o la Ley de la conservación de la masa y la energía, a la cual Einstein dedicó mucho tiempo. Es el principio científico más universal, cierto y básico de todos; y está allí mismo, en la Palabra de Dios. Él finalizó de hacer lo que hizo, terminó; lo hizo todo a la vez y listo, se conservaría por sí mismo debido a su propia naturaleza.
La segunda ley de la termodinámica es la Ley del desorden creciente, que todo lo de ese sistema en la matriz se está agotando, desintegrando y, finalmente, morirá. Y lo estamos viendo en términos muy claros. Toda la creación dice Romanos 8, está gimiendo y gruñendo y esperando a que la maldición sea revertida. La ciencia no puede explicar la segunda Ley de la termodinámica. No saben por qué todo tiende al desorden, todo tiende a decaer hacia la falta de vida. La Biblia es el único lugar donde usted puede acudir para ver una explicación. Y la explicación es una sola palabra: pecado… el pecado. Ahora bien, ahora, conozcamos más acerca de este problema del pecado. «Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios»
(Romanos 3.23).
Es difícil llegar a la conclusión de que algo marcha terriblemente mal en el mundo. Desde la perspectiva del cristianismo, el problema más grave es el pecado. Pero lo cierto es que el concepto de pecado es para muchos ofensivo y absurdo. Y suele ser así porque no se entiende bien qué quieren en realidad decir los cristianos con ese término.
El tema del pecado es sin duda un tema importante, en el entramado de nuestra santificación. Dios dio la ley de Moisés para hacer a la gente consciente del pecado: «… ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado» (Romanos 3.20). Los judíos tenían razón cuando expresaron: «¿Quién puede perdonar pecados, sino solo Dios?» (Marcos 2.7; Lucas 5.21). Para la humanidad, ¡el problema del pecado es insuperable! El pecado no puede ser disimulado; solo puede ser perdonado. Cuando entendemos qué es el pecado, nos maravillamos, no porque a Dios le parezca difícil perdonar, ¡sino porque le parezca necesario hacerlo! ¿Puede el hombre en pecado ser salvo? ¿Puede Dios, quien es «santo» y está lejanamente separado del pecado, perdonar el pecado? (Isaías 6.3; vea Apocalipsis 4.8). Él es santidad trascendental. Es únicamente por la cruz que este Dios justo nos puede perdonar.
¿Cómo es posible tener esperanza en medio de un mundo que esta convulsionado? Aunque nos parezca antagónico es nuestra condición de pecadores.
Una autora lo expresó más acertadamente en un sermón, Ella dijo:
«Ni el lenguaje de la medicina ni el de la ley son sustitutos adecuados para el lenguaje que nos habla del pecado. Al contrario que el ámbito de lo médico, no estamos por completo a merced de las enfermedades. La elección es por entero nuestra y se trata de entrar en el proceso de arrepentimiento. A diferencia también del modelo jurídico, la esencia del pecado noes [en primera instancia] la violación de la ley, sino la relación alterada con Dios, con nuestros semejantes y con el orden de la creación. Todos los pecados son intentos de llenar vacíos, escribió Simone Weil. Y, al no poder soportar el vacío en forma de Dios que notamos en nuestro interior, tratamos de llenarlo hasta arriba con toda clase de cosas. Pero lo cierto es que únicamente Dios podrá llenarlo.»
Hay algo fundamental para entender nuestra posición ante esa realidad; hasta que reconozcamos que en nosotros mismos estamos perdidos, que somos seres humanos con fallos, pecadores elegidos por Dios para ser santos en Jesús, mientras que no reconozcamos eso, no podremos ver nuestros fallos tal como en verdad son, ni perdonar a los que nos perjudican o falla, ni buscar y recibir perdón con humildad de parte de otros. La doctrina cristiana del pecado, entendida en su auténtica dimensión, puede ser una tremenda fuente de esperanza. Ahora bien, ¿en qué consiste en realidad esa doctrina?
Un famoso filósofo danés Soren Kierkegaard escribió en 1849 un fascinante, aunque breve libro titulado La enfermedad mortal. En sus páginas, Kierkegaard define pecado en términos enraizados en la Biblia, pero son fácilmente comprensibles para la mentalidad moderna: «El pecado es, en la propia desesperación, no querer ser uno mismo ante Dios. […] la Fe es que el yo, siendo sí mismo y queriendo ser ese yo, esté fundamentado y con total transparencia en Dios». El pecado es negarse con desesperanza a encontrar una identidad personal más profunda en el servicio y en la relación con Dios. El pecado es tratar de llegar a ser uno mismo buscando una identidad propia apartados de Él.
¿Qué quiere decir todo esto? Todo el mundo tiene una identidad que puede considerarse propia, como diferenciada y valiosa, basándose en algo, ya sea un lugar especial o una circunstancia particular. Lo que Kierkegaard está ahí resaltando es que los seres humanos han sido creados no solo para creer en Dios de forma general, sino también para amarlo de manera tan suprema y particular que la vida entera gire alrededor de esa realidad por encima de cualquier otra posible consideración, y para construir esa identidad personal imprescindible partiendo de un parámetro de carácter único. Cualquier otra opción es pecado.
Otro autor ganador de un premio por su obra La negación de la muerte, destaca el hecho de la necesidad que tiene un niño de saberse valioso como “como condición indispensable en esta vida”, a tal punto que todo ser humano hace lo que está a su alcance por lograr desesperadamente lo que Becker denomina “importancia cósmica”, y es como el mismo recalca algo que no debe tomarse a la ligera.
La necesidad que todos tenemos de sabernos valiosos es tan arrolladora que cualquiera que pueda ser la base de nuestra identidad y valía es “deificada” en su esencia y de forma constante.
Todo el mundo, sin excepción, tiene que encontrar algo que “justifique su existencia” y mantenga a distancia el miedo a no ser más que un holgazán. En culturas y sociedades de trasfondo más tradicional, el sentimiento de valía personal proviene de cumplir con las obligaciones familiares y con la sociedad, en otras sociedades se busca el logro personal, el nivel social relevante, la demostración del propio talento y el éxito en la relación de pareja. Hay una gran variedad de bases en las que fundamentar nuestra propia identidad. Hay quienes derivan su yo de la obtención y manipulación de poder, otros lo hacen con la aprobación humana, y hay quienes hacen dela disciplina y el autocontrol sus señas de identidad. Pero todo ser humano, sin excepción, tiene por fuerza que basar su identidad personal en algo en particular.
Podemos concluir con lo que algunos autores han definido como los sustitutos de Dios, cuando Él y su amor no reinan en primer orden en nuestra identidad, y las formas particulares de quebrantamiento y daño que infligen en la vida. Entre las que vamos a distinguir:
Ø Si centramos nuestra vida e identidad en nuestra pareja o conyugue, estaremos expuestos a la dependencia emocional, a celos y a una lucha por el control. Los problemas, a su vez, de la parte contraria nos abrumarán, porque nuestro bienestar estará sujeto al bienestar del otro y no de una confianza absoluta en Jesús, quien nos advirtió que: “Queridos hermanos, no se extrañen de verse sometidos al fuego de la prueba, como si fuera algo extraordinario. 13 Al contrario, alégrense de tener parte en los sufrimientos de Cristo, para que también se llenen de alegría cuando su gloria se manifieste.” 1 Pedro 4:12-13
Ø Si centramos nuestra vida e identidad en la familia y los hijos, nos esforzaremos por vivir a través de ellos, hasta el punto de que te vivan como un impedimento o se queden sin identidad propia. En el peor de los casos, puede incluso que caigamos en patente descalificación cuando no se apruebe su conducta.
Ø Si centramos nuestra vida e identidad en nuestra carrera profesional y en nuestro trabajo, puede que acabemos siendo esclavos del deber y las obligaciones, y nos convirtamos en personas un tanto superficiales y hasta anodinas (Que es insustancial o que carece de interés o importancia). En el peor de los casos, puede incluso que nos quedemos sin familia y sin amigos, y, si la carrera profesional se tuerce, puede que entremos en profunda depresión. “Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?” Mateo 6:25
Ø Si centramos nuestra vida e identidad en el dinero y las posesiones materiales, estaremos constantemente preocupados por los posibles cambios de fortuna o perdida de ésta. Es de hecho posible que se incurra en el campo de lo no ético con el fin de mantener un estilo de vida que puede volviéndose contra nuestra. “Es Más Fácil Que Un Camello Pase Por El Ojo De Una Aguja, Que Un Rico Entre En El Reino De Los Cielos.” Mateo 19:24
Ø Si centramos nuestra vida e identidad en el placer, en la gratificación y en las comodidades materiales, puede que acabemos siendo adictos a cualquier posible cosa, y nos sometamos por ello a una serie de “estrategias escapistas” que desviarán nuestro vivir para el Señor, en un afán irracional por evitar las dificultades de la existencia.
Ø Si centramos nuestra vida e identidad en las relaciones personales y la aceptación social, estaremos constantemente expuestos a sufrir por las críticas y el temor a perder el aprecio de los demás. Tendremos miedo de confrontar a otros y, por lo tanto, se depreciará nuestra valía como persona amiga, que también aporta y puede ser un instrumento en la vida de los demás.
Ø Si centramos nuestra vida e identidad en una causa noble, nuestro mundo quedará automáticamente dividido entre lo “bueno” y lo “malo”, y tendremos, por ende, una tendencia insana a demonizar a nuestros opositores. Lo irónico entonces es caer bajo el control de nuestros propios enemigos: sin ellos, carecemos de propósito.
Ø Si centramos nuestra vida e identidad en la religión y lo moral, podemos incurrir en un orgullo mal entendido que nos vuelva críticos de los demás e incluso crueles en el trato. Y si no estamos a la altura de nuestras propias expectativas, los sentimientos de culpa y el remordimiento pueden ser demoledores.
Si algo amenaza nuestra identidad personal, la ansiedad que provoca pronto pasa a convertirse en miedo paralizante. Si perdemos la propia identidad por culpa de terceros, el resentimiento y la amargura harán su inmediata aparición. Si la pérdida se ha producido por fallo personal, nos odiaremos o nos despreciaremos como fracasados por el resto de nuestra vida. Tan solo la identidad que tiene su base en Dios y en Su amor, nos recuerda Kierkegaard, soportará todo contratiempo y toda dificultad con éxito garantizado. “Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó.” Romanos 8:37
No hay manera posible de evitar esa inseguridad apartados de Dios. Una vida no centrada en Dios acaba en vacío. El construir la existencia alrededor de algo que no es Dios no solo nos hace vulnerables si no conseguimos lo que nuestro corazón anhela, sino que también ocurre exactamente lo mismo, aunque lo consigamos. Y, por último, el pecado no es simplemente hacer cosas que estén mal, sino también poner cosas buenas ocupando el lugar de Dios. De este modo, la única solución no será cambiar solo de conducta, sino también reorientar y centrar el corazón y la vida primeramente en Dios.
Sino vivimos para Cristo, viviremos para cualquier otra cosa. Si vivimos entregados a nuestra profesión y no nos va bien, podrá suponer un castigo toda nuestra vida y hará que nos sintamos que somos un fracaso. Si vivimos para nuestros hijos y viven como debieran, el tormento será doble, porque eso nos hará sentir inútiles.
La relación del hombre con Dios está rota, ha sido traicionada y destruida. El pecado importa a Dios. En realidad, cuando el hombre peca, desea ser su propio dios.
Todo el mundo sin excepción necesita por y para algo. Cualquier cosa que sea acabará convirtiéndose en el “señor de tu vida”, y tanto dará que seas o no consciente de ello. Jesús es el único Señor que, si tú lo recibes voluntariamente, nos llenará por completo y, aun cuando haya ocasiones en que le falles, te perdonará por la eternidad. «Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana.»
Isaías 1:18
La Biblia es exacta en todo lo que dice.
Créala para ser salvo, Obedézcala para ser santificado y Vívala para ser perfecto.
Nota:
Para referencia y ampliación del tema del Problema del pecado véase "Es Razonable Creer en Dios" Cap. 10, Págs. 177-192, por Timothy Keller
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