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Dime donde nace la pasión. ¿En el corazón o en el cerebro?

Foto del escritor: Oscar E. Santos A.Oscar E. Santos A.

Dime donde nace la pasión.

¿En el corazón o en el cerebro?

– Shakespeare, Mercader de Venecia


Agradecería me ayuden a difundir estos contenidos para que mas personas sean edificadas y estimuladas a conectar su Vida con el Creador y Eterno.

Uno de los desafíos a los que me he enfrentado en la práctica clínica de la psicología es precisamente a la relación que tienen el cerebro con el corazón en sus múltiples y complejas redes que se traducen a su vez en la gestión de pensamientos, sentimientos y conductas.

Con el paso del tiempo, los aprendizajes y experiencias en casos y experiencias de vida van aclarando y aumentando también las perspectivas que se aúnan en ese binomio que tiene tantas implicaciones en nuestra cotidianidad.


Hay algunas posturas que explican y hacen referencia a la complejidad de ese binomio, pero la que mejor se ajusta a un modelo integral de las Escrituras en relación al ser y como estamos constituidos es la Postura de la dualidad. La Postura monista no toma en cuenta el hecho de que hay cosas espirituales en el universo. Dios es espiritual y esperamos que parte de ser creados a Su imagen sea que nosotros también somos espirituales. La Postura de la Tricotomía nunca ha sido parte de la discusión entre la ciencia y la Escritura, al menos no entre los científicos. Su categoría que separa lo psicológico es ambigua e innecesaria.


Desde una perspectiva de dualidad, los seres humanos somos una unidad de dos partes: mente y cuerpo, espiritual y físico. Somos “seres compuestos – un organismo natural que es huésped de un espíritu sobrenatural o está en un estado de simbiosis con él.” (C.S. Lewis, 1960). Y como lo refiere la Biblia, somos “tesoros en vasijas de barro” (2Co 4:7) o seres espirituales vestidos de tiendas de campaña terrenales (2Co 5:1). Esta dualidad o dúplex se presenta casi al inicio del Antiguo Testamento. Dios creó al hombre a partir de dos sustancias: polvo y espíritu (Gn 2:7). Esta distinción se encuentra entretejida a lo largo del Antiguo y Nuevo Testamento.

“Si Dios pensara en retirarnos Su espíritu, en quitarnos Su álito de vida, todo el género humano perecería, ¡la humanidad entera volvería a ser polvo! (Job 34:14-15)

Volverá entonces el polvo a la tierra, como antes fue, y el espíritu volverá a Dios, que es quien lo dio” (Ec 12:7).

No teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Teman más bien al que puede destruir alma y cuerpo en el infierno” (Mt 10:28)

Por tanto no nos desanimamos. Al contrario, aunque por fuera nos vamos desgastando, por dentro nos vamos renovando día con día” (2Co 4:16)

Pues aunque el ejercicio físico trae algún provecho, la piedad es útil para todo, ya que incluye una promesa no solo para la vida presente, sino también para la venidera” (1 Ti 4:8).


Lo cierto es que esta distinción es un poco extraña. Se siente casi antinatural considerarnos como un dúplex de cuerpos tangibles y espíritus intangibles; y debería sentirse antinatural. El cuerpo y el espíritu son uno del otro.


Alguna vez, el espíritu no era una guarnición que luchaba por mantener su lugar en una naturaleza hostil (cuerpo), sino que estaba completamente ‘en casa‘ con su organismo, como un rey en su propio país o un jinete en su propio caballo; o aún mejor, como la parte humana de un centauro estando ‘en casa‘ con la parte equina (C.S. Lewis, 1960).


Solo el pecado y la muerte hacen que el cuerpo y el espíritu sean divisibles. Si no hubiera muerte ni debilidad física, las distinciones entre las dos serían tan imprecisas como para considerarlas funcionalmente indivisibles. Sin embargo, desde la Caída, el cuerpo y el espíritu se pueden separar, a pesar de que deberían estar juntos. Por lo tanto, aunque la Escritura enfatiza en que la verdadera persona es la persona completa – una unidad de espíritu y cuerpo–, en nuestro mundo caído debemos contar con la naturaleza dual de las personas y sus implicaciones en la consejería. Es decir, de no separar en nuestro entendimiento que la salud es un concepto integral, y que conscientes o no de ello, el espíritu está conectado a nuestra gestión de lo que pensamos, sentimos y hacemos.


La mente, el espíritu, el alma o el corazón

La escritura da más detalles sobre el ser interior y le da diferentes nombres (los que se han usado hasta ahora son espíritu y mente). A nivel popular, por lo general, la palabra mente significa intelecto y pensamiento. Decir que alguien tiene una “mente brillante” es decir que es inteligente o capaz académicamente. Dentro de las discusiones de mente-cuerpo, se suele referir al “ego” o a “sí mismo”, es decir, al individuo consciente de sí mismo y orientado a una meta.


La Biblia reconoce que somos conscientes de nosotros mismos, individuos racionales y orientados a una meta, pero la perspectiva que ésta tiene de la mente es diferente a la perspectiva secular. Como nosotros entendemos desde una perspectiva bíblica, el aspecto cardinal de la perspectiva bíblica es su punto de inicio: la persona ante Dios. Por lo tanto, la mente (del griego dianoia) es nuestro ser intangible, que está motivado por nuestra relación con Dios, sea a favor o en contra. Es el centro de la iniciativa moral, juicio moral y razonamiento moral. Es el iniciador del drama ético de la vida.

Cabe destacar, que mente no es la única palabra que se usa para referirse a este centro inmaterial de la iniciativa moral y el juicio moral. La Escritura contienen muchas palabras y frases cuyo significado coincide con el de mente (del griego: phrenes, nous, dianoia). Incluye términos como corazón (Kardia), espíritu (pneuma), alma (psuche; hebrero: nephesh), consciencia (suneidesis), “lo interno” (1P 3:4, RVC) y “hombre interior” (Ef 3:16, NBLA). Todos estos comparten un campo semántico en común: se refieren al centro iniciador espiritual de la persona.

La palabra corazón en su uso popular, se refiere al aspecto más central y que guía a la persona. Cuando la gente pregunta “¿qué crees realmente en tu corazón?”, les interesa entender nuestros deseos más profundos, nuestras motivaciones de raíz. El “corazón del problema” es la idea central y la esencia de una discusión. Desde una perspectiva bíblica, es del corazón que “mana la vida”; el corazón es aquello que guía moralmente a la persona.


Corazón en la Escritura se usa de varias formas, algunas veces para la mente y el entendimiento; a veces, para la voluntad; a veces, para los afectos; a veces, para la consciencia; a veces, para el alma. Por lo general, se refiere al alma completa de un hombre y a todas sus facultades, no absolutamente, sino en que todas son principio de operaciones morales, al coincidir en que hagamos el bien o el mal… el lugar y el sujeto de la ley y del pecado es el corazón del hombre. (Owen, 1958).


El corazón: ¿hogar de la creencia o de la razón, de la fe o del intelecto?


Nuestra fe en Cristo, aunque necesita de algunas habilidades intelectuales, no depende de nuestra capacidad académica.

Así como el uso bíblico de mente, el corazón saca provecho de nuestras habilidades de razonamiento, pero va más allá. El corazón cree o confía. Para decirlo de una forma más personal, el corazón ama y es leal. Su respuesta fundamental es o la fe en Dios y el amor por Él, o es la incredulidad. Esta confianza no es necesariamente consciente, pero dirige todas nuestras acciones. La realidad es que en nuestros conocemos a Dios (Ro 1:18-24). Conocemos a Dios el creador por medio del conocimiento del mundo externo y conocemos a Dios el santo a través del conocimiento subjetivo al que usualmente se le conoce como consciencia (Ro 2:14-15). Y entonces, respondemos a esta realidad interna y externa, o amándolo y confiando en Él, o apartándonos de Él.


Por consiguiente, el corazón no es solo un conjunto de habilidades intelectuales. La memoria, la lógica y las habilidades cognitivas no son, en sí mismas, funciones morales, así que le pertenecen más a la categoría del cuerpo. El corazón es el timonel moral que empodera, inicia y dirige el rumbo del intelecto. Determina si el intelecto será usado o para exaltarse a uno mismo, o para el servicio a Dios. Por eso, al corazón nunca se le llama “estúpido” ni “inteligente”. El corazón puede aprender (por ejemplo, 2Ti 3:16), pero la sustancia de la enseñanza es el evangelio de Cristo que se comprende por la fe. entonces, la respuesta produce carácter, no inteligencia. Mientras el corazón permanezca en Cristo por la fe, puede ser honesto y bueno (Lc 8:15), perfecto (Sal 101:2), coherente (Jer 32:39), sabio (Job 9:4) y humilde (Mt 11:29-30). Pero, por sí solo, está lleno de incredulidad y se le llama insensible (Hch 28:27), duro (Mr 3:5), de piedra (Ez 11:19), engañoso y perverso más que todas las cosas (Jer 17:9, RVC). Su necesidad más profunda no es educarse. Por eso, la gracia redentora es la que debe renovar el corazón por medio de una respuesta de fe (Jer 24:7; Sal 51:10).


El corazón y el intelecto se superponen y son interdependientes, pero si los presionamos demasiado para que se unan, habrá problemas evidentes. Por ejemplo, la persona más inteligente tendría la agudeza más espiritual, y un niño o una persona con retrasos mentales serían moralmente ineptos. Sin embargo, la Escritura enfatiza en que la conexión es más compleja. De hecho, muestra como la claridad moral del corazón a veces es mayor en los que son más débiles intelectualmente. Con frecuencia, los niños tienen la capacidad de distinguir el bien y el mal mejor que sus padres, y pueden tener una fe madura y admirable.

En verdad, la fe es precedida por el conocimiento, pero es más que conocimiento. La idea de mantener la distinción entre el corazón y el intelecto no es denigrar el intelecto; más bien, es poner un fundamento teológico que mantendrá la capacidad de respuesta espiritual aún cuando el intelecto se vea perjudicado. Nuestro conocimiento fundamental de Dios puede ser incinerado por el pecado, pero no será borrado por la enfermedad; nuestra fe en Cristo, aunque necesita de algunas habilidades intelectuales, no depende de nuestra capacidad académica.

Al entender esto, los cristianos tenemos una perspicacia que la medicina secular apenas alcanza a insinuar. Como indicó el neuropsicólogo ruso A.R. Luria, “un hombre no consiste solamente de memoria. Tiene sentimientos, voluntad, sensibilidad, ser moral, temas de los que la neuropsicología no puede hablar. Y está aquí… encuentra formas de tocarlo y cambiarlo.” (Sacks, 1985).


El corazón es el iniciador de nuestra vida moral y se manifiesta en las cosas que amamos. Ya lo diría Santo Tomás de Aquino “Las cosas que amamos nos dicen lo que somos”. El cuerpo puede afectar el corazón, ya que los problemas corporales pueden ser obstáculos para la santidad y para la santificación personal; también pueden ser ocasiones para el pecado o pueden debilitar nuestra resistencia a la tentación. Sin embargo, los problemas corporales no son lo suficientemente poderosos como para hacernos pecar o como para evitar que vivamos por fe.


Al cuerpo nunca se le atribuye una función propositiva, promotora ni ejecutiva en la Escritura. Es un mediador que le da al corazón la capacidad de expresarse. El cuerpo puede estar débil y enfermo, pero no por eso es pecaminoso. Podemos ayudar al alimentar, fortalecer, sanar y quitar los obstáculos (1Co 8). Con esto en mente, podemos valorar la relación entre los múltiples aspectos entre el cuerpo/cerebro y sus interminables fortalezas y debilidades.




Y como lo diría C.S. Lewis, en una de sus tantas obras, y uno de los autores que más impacto ha tenido en los procesos de pensamiento en los últimos dos años para mí, en una de sus citas: “A Dios no le disgustan menos los perezosos intelectuales que cualquier otra clase de perezosos. Si estás pensando en hacerte cristiano, te advierto que te embarcas en algo que exigirá todo de ti, el cerebro incluido”.


Y con ese consejo quisiera cerrar este artículo, si aún lo están considerando, el cristianismo es un lente desde el que la vida tiene una integralidad basta y profunda, y no hay riqueza mayor que depositarte en las manos del creador de tu alma, para que te guía por una senda, no sin problemas, como muchos equívocamente te han hecho pensar, sino una que tendrá si, muchos problemas como los tienen todos aquellos que se encuentran en la condición de ser seres humanos, sin embargo, cabe mencionar como lo diría también C.S. Lewis que “la vida con Dios no es inmunidad contra las dificultades, sino paz en medio de las dificultades.”






Notas, referencias y apartados de la Obra de Edward T. Welch “Una Guía para el Consejero sobre el Cerebro y sus trastornos”


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