Cuando J.R.R. Tolkien estaba escribiendo El señor de los anillos, llegó a un impasse. Había tenido la visión de un tipo de cuento que el mundo no había leído aún. Como era un reconocido experto en inglés antiguo y en otros lenguajes del norte de Europa, sabía que la mayoría de los mitos británicos sobre los habitantes del país de las hadas – elfos, enanos, gigantes y hechiceros – se habían perdido (a diferencia de los mitos de los griegos y de los romanos o incluso de los escandinavos). Siempre había deseado recrear y reimaginar como sería la antigua mitología inglesa.
El señor de los anillos se basaba en este mundo perdido; el proyecto exigía crear al menos los rudimentos de varios lenguajes y culturas imaginarios, así como miles de años de distancia históricas nacionales, todo con el fin de dar a la narrativa la profundidad y el realismo necesario que Tolkien creía esencial para que la historia fuera convincente.
Mientras trabajaba en el manuscrito llegó a un punto en el cual la narración se había dividido en una serie de tramas secundarias. Los personajes principales viajaban a diversas partes del mundo imaginario, enfrentaban diferentes peligros y experimentaban varias complicadas cadenas de acontecimientos. Fue un enorme desafío desarrollar todas estas historias secundarias con claridad y darle a cada una la solución satisfactoria. No solo eso, sino que había empezado la segunda guerra mundial y aunque Tolkien de 50 años no había sido llamado al reclutamiento, la sombra de la guerra lo perseguía a toda hora. Había sufrido en carne propia los horrores de la primera guerra mundial y nunca los había olvidado. Gran Bretaña estaba ahora en una posición precaria, ante una invasión inminente. ¿Podría sobrevivir a la guerra incluso como civil?
Empezó a desesperarlo la posibilidad de no terminar el trabajo de su vida. No había sido la labor de unos pocos años. Cuando inició El señor de los anillos, ya había trabajado por décadas en el lenguaje, los hechos del pasado y los relatos o cuentos detrás de la obra. La idea de no finalizarlos era “terrible y sobrecogedora”. En aquella época había un árbol en el camino cerca de la casa de Tolkien. Un día se levantó y descubrió que un vecino los había podado. Entonces, empezó a pensar en su mitología como su “árbol interno” que podría sufrir la misma suerte. Tolkien escribió que se había quedado sin “ninguna energía mental, ni invención.” Una mañana al despertar tenía un pequeño cuento en su mente, y enseguida lo escribió. Cuando The Dublin Review lo llamó para un artículo, lo envió con el título “Leaf by Niggle” [Hoja, de Niggle]. Era sobre un pintor.
Las primeras líneas del relato nos narran dos cosas sobre el artista. Su nombre era Niggle. El Oxford English Dictionary, del cual Tolkien era un colaborador, define la palabra inglesa “Niggle” como “trabajar [...] de manera ineficaz o trivial […] perder tiempo en detalles insignificantes”. Niggle era sin duda el mismo Tolkien, quien conocía bastante bien que este era uno de sus defectos. Era perfeccionista, casi siempre estaba insatisfecho con lo que había producido, a menudo dejaba de lado asuntos trascendentales al insistir en los detalles menos importantes, era dado a la preocupación y a la apatía. Su personaje era igual.
Lo segundo es que Niggle “… tenía que hacer un largo viaje. Él no quería; en realidad, todo aquel asunto le resultaba enojoso, pero no estaba en sus manos evitarlo…”. Niggle aplazaba el viaje constantemente, pero sabía que era inevitable. Tom Shippey, quien también enseñaba literatura del inglés antiguo en Oxford, explicaba que en la literatura anglosajona el “largo viaje necesario” se refería a la muerte.

Una noche, cuando el pintor sentía, con razón, que su tiempo se acababa, Parish insistió que fuera bajo la lluvia y el frío a buscar un médico para su mujer enferma. Niggle se empapó hasta los huesos y se contagió de un resfriado, y mientras trabajaba desesperadamente en su cuadro sin terminar, el chofer vino para llevarlo en el viaje que había aplazado. Cuando se dio cuenta de que debía irse, empezó a llorar. “Ni siquiera está terminado” declaró el pobre Niggle. Algún tiempo después de su muerte el nuevo dueño de su casa notó en el lienzo estropeado “una preciosa hoja” que había permanecido intacta. La enmarcó y la donó al Museo Municipal, “y durante algún tiempo el cuadro titulado Hoja, de Niggle estuvo colgado en un lugar apartado y solo unos pocos espectadores lo contemplaron”.
Pero el relato no termina aquí. Después de su muerte, Niggle viajó en un tren hacia las montañas del más allá celestial. En un momento de su viaje escuchó dos voces. Una, severa, al parecer de la Justicia, le expresaba que había desperdiciado mucho tiempo. Sin embargo, la otra voz (“que se podía calificar de amable”), correspondía a la de la Misericordia y afirmaba que Niggle había escogido sacrificarse por otros, porque sabía lo que hacía. Como recompensa, cuando el artista estaba a las puertas del país celestial, algo llamó su atención. Se acercó y allí estaba: “Ante él se encontraba el árbol, su árbol, ya terminado, si tal cosa puede afirmarse de un árbol que está vivo, cuyas hojas nacen y cuyas ramas crecen y se mecen en aquel aire que Niggle tantas veces había imaginado e intentado vanamente captar. Miró el árbol, lentamente levantó los brazos. “¡Es un don!” exclamó”.

El mundo antes de su muerte –su antiguo país– había olvidado al pintor casi por completo, su trabajo había quedado sin terminar y había sido provechoso solo para unos cuantos. Sin embargo, en su nuevo país, el mundo real comprendería para siempre que su árbol, con todo detalle y terminado, no era solo un capricho suyo que había muerto con él. No, ciertamente era parte de la verdadera realidad que viviría y disfrutaría por la eternidad.
Es una historia que conmueve tanto a artistas y creadores, como a personas que aparte de sus creencias sobre Dios y el más allá, les resulta muy apasionante. Tolkien tenía un entendimiento cristiano del arte y, sin duda, de todo tipo de trabajo. Creía que Dios nos da talentos y dones para que podamos hacer por otros lo que Él quiere hacer por y a través de nosotros. Por ejemplo, como un escritor, Tolkien, podía llenar de propósito las vidas de las personas al contar historias que comunicaran la naturaleza de la realidad. A Niggle se le aseguró que el árbol que había sentido e imaginado” era “una verdadera parte de la creación” y que incluso el pedacito que había dado a conocer a las personas en la tierra había sido una visión del verdadero. Tolkien se sintió consolado por su propia historia. Lo ayudó a “exorcizar algunos de [sus] temores y lo puso a trabajar de nuevo”, aunque, sin duda, la amistad y el amoroso estímulo de C. S. Lewis lo ayudaron también a que volviera a escribir.
Los artistas, los empresarios y todos los que realizamos un tipo de labor con un don, podemos identificarnos de inmediato con Niggle. Se trabaja a partir de visiones, a menudo muy grandes, de un mundo que se puede imaginar de forma única. Pocos hacen realidad incluso un porcentaje significativo de su visión, e incluso menos afirman haber llegado cerca. O hay algunos, que tendemos a ser demasiado perfeccionistas y metódicos, como el mismo Tolkien, podemos también identificarnos con el personaje de Niggle.
Prácticamente, todas las personas son Niggle. Todos quieren lograr algo, y comprenden su incapacidad para hacerlo. Cada persona quiere triunfar, ser recordada y marcar una diferencia en la vida. Pero eso está muchas veces más allá de nuestro alcance. Si esta vida es todo lo que hay, entonces con el tiempo todo se consumirá en la muerte del sol y nadie quedará para recordar algo de lo que alguna vez sucedió. Cada cual será olvidado, nada de lo que hagamos marcará la diferencia y todas las buenas obras, incluso las mejores, serán inútiles.
A menos que exista un creador. Si el Dios de la Biblia existe, y hay una verdadera realidad que incide en la que nos rodea, y esta vida nos es la única, entonces toda buena obra, incluso las más simples, llevadas a cabo en respuesta al llamado de Dios, son importantes por la eternidad. Eso es lo que la fe cristiana promete. “Su trabajo en el Señor no es en vano”, escribe Pablo en 1 Corintios 15:58. Él hablaba del ministerio cristiano, pero el relato de Tolkien muestra como esto se aplica a todo tipo de trabajo. Tolkien se había preparado, a través de la verdad cristiana, para todo logro pequeño a los ojos del mundo. (La ironía es que no solo produjo algo que muchos consideran el trabajo de un genio, sino que es además uno de los libros más vendidos en la historia del mundo).
¿Y tú? Supongamos que desde joven comienzas una planificación urbana. ¿Por qué? Te entusiasman las ciudades y tienes una visión sobre cómo debe ser una ciudad. Quizás te desanimes porque durante tu vida solo logras hacer una hoja o una rama. Pero en la esperanza cristiana hay una Nueva Jerusalén, una ciudad celestial, la cual bajará a la tierra como una novia vestida para su prometido (Apocalipsis 21-22).
O supongamos que eres un abogado que te especializas en derecho porque tienes una visión de la justicia y de una sociedad gobernada por la igualdad y la paz. En diez años estarás profundamente desilusionado porque ya habrás descubierto que por más que trabajaste en cosas de importancia, mucho de lo que hiciste es insignificante. Una o dos veces en la vida sentirás que por fin has “obtenido una hoja”.
Cualquiera que sea tu trabajo, debes saber esto: de veras hay un árbol. Lo que sea que estés buscando en tu trabajo –la ciudad de justicia y paz, un mundo de belleza y brillo, la historia, el orden, una cura— está allí. Dios existe, hay un mundo futuro ya sanado que Él instaurará y tu trabajo lo muestra (en parte) a otros. Tu trabajo será parcialmente satisfactorio, en tus mejores días, a fin de lograr ese mundo. Pero, es inevitable que el árbol completo que buscas —la belleza, la armonía, la justicia, el bienestar, la alegría y la comunidad— dé sus frutos. Si sabes todo esto, no te sentirás abatido porque obtengas una o dos hojas en esta vida. Trabajaras con satisfacción y alegría. No te envanecerás por el triunfo ni te sentirás devastado por los reveses.
La Biblia está llena de sabiduría, recursos y esperanza para cualquiera que está aprendiendo a trabajar, buscando empleo, tratando de hacer su labor o yendo a su trabajo. Y cuando afirmamos que la Biblia “nos da esperanza” para el trabajo, de inmediato admitimos cuan frustrante y difícil puede ser este y cuán profunda debe ser la esperanza si vamos a afrontar el desafío de seguir la vocación en este mundo. Es aquí, en la olvidada e ignorada historia de Tolkien, donde podemos apreciar la prueba de esta esperanza.
Comentarios y algunos anexos de la narración fueron tomados de “Toda Buena Obra” por Timothy Keller
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