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¡EL SENTIDO DE LA VIDA!

Foto del escritor: Oscar E. Santos A.Oscar E. Santos A.

La vida con Dios no es inmunidad contra las dificultades, sino paz en medio de las dificultades. C. S. Lewis
La vida con Dios no es inmunidad contra las dificultades, sino paz en medio de las dificultades. C. S. Lewis

¿Les ha pasado alguna vez? Se enfrentan a una situación, que parece no tener sentido, buscamos respuestas, y aunque encontremos muchas de ellas, ¿siguen faltando más? Eso es porque la vida no está diseñada para ser comprendida en su totalidad. Es imposible completar un cuadro cuando no tenemos todas las piezas. Debemos reconocer que no tenemos todas las piezas. Sí, la vida llega a tener sentido, existe un paisaje hermoso, un cuadro de lo que somos y seremos. Pero ese sentido no se completará aquí en la tierra, ese paisaje puede completarse mirando al cielo, a Dios. Nuestra visión es muy limitada, nunca podremos comprender plenamente lo que nos pasa. Tratando de razonar de causa a efecto, a veces solo sufrimos los efectos y no vemos las causas. Entonces viene la pregunta ¿por qué?


En la Biblia se relata un hecho. Jesús iba con sus discípulos por un camino. A su paso, Jesús vio a un hombre que había nacido ciego. “Sus discípulos le preguntaron: ¿Quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido ciego? Jesús les respondió: –Ni por su propio pecado ni por el de sus padres; fue más bien para que en él se demuestre lo que Dios puede hacer.” [S. Juan 9:1-3]. Cuando no encontramos las causas de lo que pasa a nuestro alrededor, generalmente las inventamos. Muchas veces esto degenera en echarle la culpa a los demás o a nosotros mismos. Pero la respuesta de Jesús indica claramente que muchas de las cosas que vemos aquí en la tierra no se originan aquí en la tierra, ni su propósito se limita a nosotros. Existen razones que están por encima de nosotros.


En la historia de Job se ilustra claramente este principio. Job era un hombre justo que vivía en una correcta relación con Dios, con su familia y la sociedad. Pero un día su mundo se derrumbó: perdió todo su ganado, sus propiedades y, más aún, todos sus hijos. La noticia de una tragedia se juntaba con la de la siguiente. Finalmente, su salud se deterioró, una misteriosa enfermedad arropo su cuerpo y lo llevó a una situación de dolor y desesperación.

Todo lo narrado hasta aquí acerca de Job se menciona en los primeros dos capítulos del capítulo que lleva su nombre. El resto del libro se dedica a la historia de la peor de las aflicciones: Tres “amigos” que lo visitaron para “consolarlo”. Tristemente, estos (como nosotros) eran de los que trataban de encontrar explicaciones. Al no encontrar una razón externa, buscaron la explicación en Job: “Algo muy malo debió haber hecho. Dios lo está castigando por algún pecado escondido. Arrepiéntete Job y deja de sufrir”. Decidieron que Job era el culpable de su tragedia.


Y la culpa es la peor de las tragedias. Esta es la última palabra que necesita oír alguien que sufre. El razonamiento de los “amigos” de Job funciona de manera mecánica: Te ocurre algo malo cuando haces algo malo; te ocurren cosas buenas cuando haces cosas buenas. Este razonamiento es ciego, no logra ver que las cosas buenas y malas suceden indistintamente a malos y buenos. Peor aún, hace que el que sufre se auto justifique y culpe a Dios cuando no encuentra dentro de sí la razón de su dolor. Si la maquinaria de causa y efecto no está produciendo los resultados adecuados, entonces hay que culpar al que mantiene el mecanismo, supuestamente Dios. El que comienza disculpándose a sí mismo termina culpando a Dios.


Lamentablemente, Job se dejó llevar a la trampa. Cuando fue acusado, se defendió, y al hacerlo culpó a Dios y lo cuestionó: “¿Por qué? ¿Qué he hecho? ¿Qué culpa tengo? ¿No crees que sea injusto lo que me pasa? Si eres todopoderoso, ¿por qué permites esto? ¿O serás tú mismo la causa de mi desgracia? ¿No es que acaso me amabas? [Ver Job 31]


El sufrimiento

Cuantas veces se ha escuchado el mismo argumento: ”Dios es un monstruo o un ser incompetente, y así será hasta que resuelva el problema del sufrimiento”. Comenta Hermes [Tavera-Bueno] que esa es la frase que le dijo un profesor en la universidad. El razonamiento es: Si Dios existe, ¿por qué sufrimos? La existencia del dolor es incompatible con la posibilidad de la existencia de Dios. Esta idea, que parece tan sólida, es más “emocional” que lógica. Comenta Hermes [Tavera-Bueno] que una vez vio y escuchó a una Joven disgustada que les gritaba a sus padres mientras se alejaba de su casa: “¡Ustedes no existen! ¡Nunca existieron!”. Comenta que siempre se había preguntado a quiénes se refería la Joven cuando hablaba de “Ustedes”. Y asumía que en parte se refería a Dios. Así, cuando no entendemos algo y acusamos a Dios, es como decirle no existes.

Razonamos en un universo muy cerrado. Cuando el dolor se sienta en el trono de nuestra mente, se trastoca toda la visión de Dios y de la realidad. Dios “desaparece”, que es una forma, según nosotros, de “castigarlo”. De sacarlo de nuestra vida. Y así toda la percepción de las cosas se torna cínica.


Detrás del telón

Hoy, quienes leemos el libro de Job, sabemos algo que Job no supo. El libro se inicia con una escena cósmica, en el concilio celestial de los representantes de los mundos poblados [Job 1:6-12, 2:1-7]. Un conflicto de grandes dimensiones ponía en duda no solo a Dios sino a toda la estabilidad del universo. En el desenlace del drama se le permite a Satanás que aflija a Job. Pero Job nunca supo qué estaba detrás del telón, solo vio el efecto en su vida, pero no la causa.


No podemos asumir que el drama del conflicto universal es una “explicación suficiente” para el problema del dolor. Incluso, en el libro de Job, no se afirma esto. Dios vino aparentemente a “explicarle” a Job lo que sucedía [Job 38-41]. Y quizá cuando leemos por primera vez, a la mejor esperaríamos (en nuestra insolencia, porque la soberanía de Dios no nos debe explicación alguna) oír de Dios alguna explicación como la siguiente: “Job, yo no soy el culpable. Debo explicarte que es Satanás quién te está afligiendo, no yo”.


Pero Dios no se defiende, incluso asume la culpa por la tragedia; y básicamente le dice a Job: “Yo te lo explicaría si tuvieras la capacidad de entenderlo”. Y para reafirmar su idea, Dios le pregunta si cree que tiene el poder y la sabiduría para crear o al menos entender los misterios del universo; tales como el curso de las estrellas, el movimiento del mar, o cosas tan simples como las costumbres o patrones de los pájaros y las profundidades del océano. No es que Dios haya querido humillar a Job; estaba tratando de mostrarle lo que es muy obvio: el universo está lleno de misterios que no entendemos. Esta verdad nos parece muy lógica para entender la realidad, excepto la de nuestro propio dolor. ¿No es posible acaso que el misterio del dolor sea más grande que los misterios del sol?


Búsqueda de explicaciones

Ante el dolor, la mente busca explicaciones. Pero la Biblia no es una respuesta al problema del dolor. La Biblia es una revelación de sabiduría, poder y amor de Aquel que sí tiene la respuesta. La Biblia no nos provee una respuesta al sufrimiento, pero si nos revela a un Dios de amor. No se trata entonces de entender sino de confiar.


La principal historia bíblica nos presenta a un Dios que se hace hombre ¡y sufre!, y también muere preguntando “¿por qué?” [S. Mateo 27:46]. Cristo no vino al mundo a explicarnos el sufrimiento, sino a asumirlo; no vino a darnos una teoría, sino la posibilidad de la redención. No descendió del cielo para transmitirnos el secreto de la sabiduría universal, sino a mostrarnos que vale la alegría confiar en Aquel en quien se centran todos los misterios.


Ante la imposibilidad de una respuesta prematura, Dios eligió darnos la prueba de su amor infinito [S. Juan 3:16; Romanos 5:8]. La muerte de Cristo en la cruz no es la respuesta al dolor, es la alternativa. El apocalipsis expresa el drama de personas que sufren [Apocalipsis 3:10]. Manifiesta el clamor de los que en desesperación preguntan y claman: “¿Hasta cuándo Señor?” [Apocalipsis 6:10]. Pero la respuesta está en esperar hasta el momento cuando el “misterio de Dios se consumará” [Apocalipsis 10:7].


El mensaje de toda la Biblia en general y del Apocalipsis en particular es que vale la alegría confiar en Dios; que un día lo entenderemos; que su amor triunfará y que Él se nos revelará como un Dios en extremo sabio y justo [Apocalipsis 15:3].


Esa premisa de “Si obras bien te irá bien en la vida” está lejos de ser una premisa apegada a la esperanza que recibimos en Jesús por su evangelio, el evangelio nos enseña que no es en absoluto cierta. Jesús fue la persona de mayor y más perfecta rectitud de conducta que imaginarse pueda, y aun así sufrió pobreza, rechazo, injusticia e incluso tortura.


Ya lo diría acertadamente Bruce Lee: “Esperar que la vida te trate bien porque seas buena persona, es como esperar que un tigre no te ataque porque seas vegetariano”.





Fuente consultada: 2012 y el verdadero fin del mundo por Hermes Tavera-Bueno

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