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¿Cómo debemos responder los cristianos ante la pandemia?

Foto del escritor: Oscar E. Santos A.Oscar E. Santos A.

Por Dr. John Lennox


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PRESTANDO ATENCIÓN AL CONSEJO

En primer lugar, a nivel práctico, lo sabio es escuchar los consejos que van dando los médicos. El problema que surge aquí es que algunas veces el consejo no es coherente o es confuso, como se ha visto en algunos noticieros.

Con el fin de reducir la propagación del virus, se ha efectuado la cuarentena para las personas que tienen más riesgo, especialmente los ancianos y los que tienen problemas cardíacos y respiratorios. Curiosamente, en tiempos bíblicos, los israelitas también aprendieron sobre la necesidad de hacer cuarentena para prevenir la expansión de enfermedades infecciosas. El libro de Levítico en el Antiguo Testamento incluso ordenaba siete días de aislamiento para algunas enfermedades y un período indefinido para otras. [Levítico 13:1-46]

Seguir las recomendaciones de los médicos no demuestra incredulidad. Dios puede protegernos y sanarnos, pero espera que seamos sabios y que usemos todos los recursos que nos ha dado, incluyendo la medicina. El distanciamiento social y físico no es una expresión de egoísmo, sino de un amor al prójimo que busca proteger a los demás.

Amar al prójimo también significa que las personas de bajo riesgo tendrán el importante papel de visitar a los vulnerables (hasta donde lo permitan las circunstancias y regulaciones), ayudándolos con las compras y haciéndoles compañía, aunque el tiempo que puedan dar sea limitado.

MANTENIENDO UNA PERSPECTIVA BÍBLICA

C. S. Lewis escribió un artículo fascinante sobre la forma en que debían responder los cristianos ante la existencia de las armas atómicas. Puedes leerlo a continuación; pero, para ayudarnos a aplicarlo a nuestra situación, he añadido las palabras “coronavirus”, “virus” o “pandémica” entre corchetes en los lugares relevantes para transmitir la idea (de forma un poco imperfecta, lo admito, y me disculpo por eso):

“De cierta forma, estamos pensando demasiado en la

bomba atómica [coronavirus]. ‘. Cómo deberíamos vivir en

una era atómica [pandémica]?’ Estoy tentado a responder:

‘Pues, como hubiéramos vivido en el siglo dieciséis cuando

la plaga llegaba a Londres casi todos los anos, o como

hubiéramos vivido en una era vikinga en la que podían llegar

invasores escandinavos durante la noche a degollar a

la gente; o, de hecho, como vivimos ahora, en una era de

cáncer, de sífilis, de parálisis, de ataques aéreos, de accidentes

de trenes, de accidentes automovilísticos’.

En otras palabras, no exageremos en cuanto a la novedad

de nuestra situación. Créeme, querido hombre o mujer,

tú y todos los que amas ya fueron sentenciados a muerte

antes de que existiera la bomba atómica [coronavirus]; y

muchos de nosotros moriremos de formas bien desagradables.

Tenemos una gran ventaja que no tuvieron nuestros

ancestros: la anestesia. Es totalmente ridículo andar

por ahí lloriqueando y haciendo mala cara porque los

científicos [coronavirus] añadieron otra forma más de

morir dolorosa y prematuramente en un mundo donde ya

hay miles de estas muertes, y donde la muerte misma…

[es] algo seguro. (…)

Esto es lo primero que se debe decir y la primera acción

que se debe tomar: recobremos la compostura. Si todos

vamos a ser destruidos por una bomba atómica [coronavirus],

hagamos que cuando llegue esa bomba [virus]

nos encuentre realizando actos racionales y humanos:

orando, trabajando, ensenando, leyendo, escuchando

música, bañando a los niños, jugando al tenis, hablando

con nuestros amigos mientras disfrutamos de unas

bebidas y de un juego de dardos. Que no nos encuentre

apiñados como ovejas asustadas, pensando en bombas

[virus] que ciertamente pueden destruir nuestro cuerpo

(un microbio puede hacerlo), pero no deben dominar

nuestra mente”.

[On Living in an Atomic Age/ “Sobre la vida en una era atómica” – en Present Concerns: Journalistic Esssays / “Preocupaciones actuales: Ensayos periodísticos” (1948)]

Esto no es fácil de leer, pero nos recuerda que en la fe cristiana tenemos una perspectiva diferente.

AMANDO A NUESTRO PRÓJIMO

En tercer lugar, somos llamados a amar. Al comienzo presenté una lista de algunas de las primeras pandemias que se han registrado en la historia. Lo que no dije es que también sabemos cómo respondió la comunidad cristiana ante ellas. En un artículo reciente titulado “El cristianismo lleva 2000 años lidiando con epidemias”, Lyman Stone, un investigador del Institute for Family Studies y asesor en la firma consultora Demographic Intelligence, escribió:

“Los historiadores han sugerido que la terrible peste

antonina del siglo dos, la cual podría haberle quitado la

vida a un cuarto del imperio romano, hizo que el cristianismo

se propagara, ya que los cristianos cuidaron a los

enfermos y ofrecieron un modelo espiritual en el que las

pestes no eran causadas por deidades airadas y caprichosas,

sino que eran el producto de una creación rota que se

había rebelado contra un Dios amoroso. (…)

Pero la epidemia más famosa es la peste cipriana, que

recibió su nombre gracias a un obispo que describió esta

enfermedad vívidamente en sus sermones. La peste

cipriana, una enfermedad que probablemente esté relacionada

con el virus del Ébola, ayudó a disparar la crisis

del siglo tres en el mundo romano. Pero también hizo

algo más: desencadenó un crecimiento explosivo del cristianismo…

En sus sermones, Cipriano les decía a los cristianos

que no se lamentaran por las víctimas de la plaga,

sino que redoblaran sus esfuerzos por cuidar de los vivos.

Otro obispo, Dionisio, describió cómo los cristianos,

‘ignorando el peligro… se encargaron de los enfermos,

atendiendo todas sus necesidades’”.

[foreignpolicy.com/2020/03/13/christianity-epidemics-2000-

years-should-i-still-go-to-church-coronavirus (consultado el 20 de

marzo de 2020).]

Y no fueron solo los creyentes quienes notaron esta reacción de los cristianos ante la peste. Un siglo después, el emperador pagano Juliano se quejó amargamente de cómo “los galileos” cuidaban incluso de los enfermos que no eran cristianos. Por su parte, Ponciano, un historiador de la iglesia, relata que los cristianos aseguraban de hacer “el bien a todos los hombres, no solamente a los hermanos en la fe”. [Ibíd] El sociólogo y demógrafo religioso Rodney Stark afirma que la tasa de mortalidad en las ciudades donde había comunidades cristianas pudo haber sido la mitad en comparación con las otras ciudades. [Ibíd]

Este hábito de cuidado sacrificial ha vuelto a repetirse a lo largo de la historia. En 1527, cuando la peste bubónica golpeó la ciudad alemana de Wittenberg, Martín Lutero (el fundador de la Reforma protestante) decidió ignorar el llamado a huir y protegerse a sí mismo. Esto le costó la vida a su hija Elizabeth; pero también resultó en un panfleto llamado “¿Deben los cristianos huir de la peste?”, en el que Lutero habla con claridad sobre la respuesta cristiana ante la epidemia:

“Morimos en nuestros puestos. Los médicos cristianos no

pueden abandonar sus hospitales, los gobernadores cristianos

no pueden huir de sus distritos, los pastores cristianos

no pueden abandonar a sus congregaciones. La

peste no anula nuestros deberes: los convierte en cruces,

en las que debemos estar dispuestos a morir”.

El artículo de Stone concluye con la siguiente declaración:

“La motivación cristiana para buscar la higiene y la salud

no surge de un deseo de autopreservación, sino de una

ética de servicio a nuestro prójimo. Deseamos cuidar a

los afligidos, lo que ante todo significa no infectar a los

que están sanos. Los primeros cristianos crearon los primeros

hospitales en Europa como lugares higiénicos para

proveer cuidados en los tiempos de la peste, entendiendo

que la negligencia que aumentaba la propagación de las

enfermedades era, de hecho, asesinato”.

Nada de esto quiere decir que debemos ignorar las reglas que buscan disminuir contagios y ponernos así en riesgo a nosotros mismos y a otros, en especial en situaciones en las que tenemos que autoaislarnos o cuando estamos en un área que está en cuarentena. Sí quiere decir que debemos buscar maneras de amar a otros de forma sacrificial, porque así es como Dios ha amado a todos los cristianos en la persona de Su Hijo, al morir por ellos en la cruz. Amar a nuestro prójimo también significa evitar esa actitud egoísta e histérica frente a la comida y las necesidades básicas, que hace que las tiendas queden vacías y que nuestro prójimo no pueda conseguir lo que necesita.

RECORDANDO LA ETERNIDAD

Aquí quiero destacar un aspecto del legado cristiano que suele dejarse de lado. En cuarto lugar, los cristianos necesitamos recordar la eternidad. Los primeros cristianos, viviendo como vivían en un mundo peligroso donde estaban rodeados de toda clase de amenazas y donde la esperanza de vida era relativamente baja, se fortalecieron para vivir sacrificialmente, contribuyendo en gran manera al bienestar de otros, porque tenían una esperanza viva y real que iba más allá de la muerte.

C. S. Lewis escribió sobre este tema con palabras que son tan pertinentes hoy como lo fueron cuando las escribió:

“Un libro sobre el sufrimiento que no habla del cielo está

omitiendo casi por completo una parte de la historia. (…)

Habitualmente, las Escrituras y la tradición ponen en

una balanza las alegrías del cielo y el sufrimiento de la

tierra, y ninguna solución al problema del dolor que no lo

haga puede llamarse cristiana. Hoy en día ni nos atrevemos

a mencionar el cielo. Nos da miedo que se burlen de

nosotros y digan que construimos ‘castillos en el aire’...

pero, o hay un ‘castillo en el aire’ o no lo hay. Si no existe,

entonces el cristianismo es falso, porque esta doctrina es

una parte esencial del mismo. Y si existe, entonces debemos

enfrentarnos a esta verdad, así como a cualquier

otra…”.

[The Great Divorce [El gran divorcio] (Signature Classics, 2012),

427.]

Pablo, el apóstol cristiano, no se avergonzaba de hablar de su convicción y confianza en cuanto al futuro:

“De hecho, considero que en nada se comparan los sufrimientos

actuales con la gloria que habrá de revelarse en

nosotros… Pues estoy convencido de que ni la muerte ni

la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni lo presente ni lo

por venir, ni los poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni cosa

alguna en toda la creación podrá apartarnos del amor

que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro

Señor” (Romanos 8:18, 38-39).

Estas no son palabras de un filósofo sin experiencia que estaba sentado y tranquilo en su estudio; son las palabras de un hombre que había visto y experimentado las condiciones más duras y hostiles. Sufrió injustamente palizas y encarcelamientos, en ocasiones lo dejaron moribundo y experimentó muchas privaciones y dificultades a lo largo de su vida.

A veces, así como Pablo, trato de imaginar cómo es ese glorioso reino celestial. Aquí, la pregunta que surge dentro de mí es: si el velo que ahora separa el mundo visible del invisible se rompiera por un momento y pudiéramos ver el estado actual de los que han muerto —las multitudes de cristianos inocentes que sufrieron atrocidades causadas por gobiernos inmorales, jefes militares o capos de la droga, o que fueron víctimas inocentes de desastres naturales y pandemias— ¿será que, a la luz de todo lo que sabemos de Cristo, desaparecerían instantáneamente todas nuestras preocupaciones en cuanto a cómo Dios está manejando la situación? No hemos llegado a ese otro mundo, pero tenemos un mensaje sobre él y que proviene de él; un mensaje que este mundo ansioso e infectado por el virus necesita escuchar desesperadamente.

ESCALANDO LA MONTAÑA

Pero ¿quién soy yo para escribir sobre estas cosas? Tristemente, sé que algunos, tal vez muchos, de los que leerán estas páginas habrán perdido a un ser querido recientemente. Quizás pienses: “¿Qué sabe él de todo esto?”. Lo único que puedo decir es que hay personas que saben mucho más que yo sobre el dolor y el sufrimiento real, y que por eso pueden entender mejor tu pérdida y asegurarte que puede haber esperanza a pesar de todo.

Quiero terminar citando un libro extraordinario llamado I Choose Everything [Lo elijo todo], en el que Jozanne Moss (en Sudáfrica) y Michael Wenham (en el Reino Unido) describen su camino a través del sufrimiento. Ambos sufren una enfermedad terminal (la enfermedad de la motoneurona), y solo se conocen por correo electrónico.

Jozanne compara esa travesía con el ascenso a una montaña. Con honestidad y valentía, escribe sobre la forma en que Dios la ha sostenido [I Choose Everything [Lo elijo todo] (Lion Hudson, 2010), 176-178.]:

“He estado escalando mi montana durante casi quince

anos. La mayor parte de ese tiempo la he pasado en el

campamento base al pie de la montaña, donde sabía que

Dios me estaba preparando. Tenía miedo de escalar y pensaba

que mi meta era el campamento base. No pensé que

podía llegar a la cima, pero Dios me mostró a través de mi

enfermedad que no se trataba de mí o de lo que yo pudiera

hacer. Siempre se trató de Él. ‘Es Él [Dios] quien me arma

de valor y endereza mi camino; da a mis pies la ligereza

del venado, y me mantiene firme en las alturas’. (…) [2 Samuel 22:33-34]

Finalmente salí del campamento base y comencé a escalar.

Dios decidió que mi montana fuera el Everest. Definitivamente

no ha sido fácil, y mis pies han resbalado

frecuentemente. Muchas veces me he sentido agotada,

y algunas veces pensé que ya no podía avanzar más.

Ciertas partes de este ascenso son muy empinadas y

están mucho más allá de lo que pudiera alcanzar por mí

misma, pero Él sigue mostrándome Su poder y fortaleza

y, cuando estoy cansada, Él está allí. ‘... pero los que confían

en el Señor renovarán sus fuerzas; volarán como las

águilas: correrán y no se fatigarán, caminarán y no se

cansarán’. (…) [Isaías 40:31]

Sé que mi ascenso terminará pronto. Creo que estoy

cerca de la cima de mi montaña. Cuanto más uno escala,

cuanto más cerca está uno de la cima, más difícil se hace

respirar. El nivel de oxígeno disminuye cuando se incrementa

la altitud, lo que hace que los escaladores sufran

del mal de altura. (Según el Internet, los síntomas del

mal de altura leve y moderado consisten generalmente

en dolor de cabeza, falta de aire, dificultad para dormir,

pérdida del apetito, náuseas y aceleración del pulso’.) A

medida que los músculos del cuerpo se debilitan por la

progresión de la enfermedad de la motoneurona, también

se vuelven más débiles los músculos necesarios para respirar.

Siento que me falta el aire, tengo dolores de cabeza

regularmente, me cuesta dormir y mi pulso se acelera con

frecuencia. Pero eso no me preocupa, porque sé que estoy

cerca de la cima de mi montaña. Ahora el ascenso se está

complicando, pero debo perseverar. La recompensa que

me espera cuando llegue a la cima sobrepasa por mucho

cualquier sacrificio que pueda hacer. ¡Pregúntale a cualquier

escalador!

Así que, aquí estoy, mirando hacia arriba. El final está a

la vista y mi corazón se acelera de entusiasmo. Anhelo el

día en que podré decir: ‘He peleado la buena batalla, he

terminado la carrera, me he mantenido en la fe’”. [2 Timoteo 4:7]

Estas últimas palabras son las palabras del apóstol Pablo, que agregó:

“Por lo demás me espera la corona de justicia que el

Señor, el juez justo, me otorgará en aquel día; y no solo

a mí, sino también a todos los que con amor hayan esperado

Su venida” (2 Timoteo 4:8).

Un día, Jesús vendrá. Será el día que le prometió a Sus discípulos hace mucho tiempo, cuando les dijo:

“La paz les dejo; Mi paz les doy. Yo no se la doy a ustedes

como la da el mundo. No se angustien ni se acobarden. Ya

me han oído decirles: ‘Me voy, pero vuelvo a ustedes’. Si

me amaran, se alegrarían de que voy al Padre, porque el

Padre es más grande que Yo” (Juan 14:27-28).

Él dijo: “…vuelvo a ustedes”. Y Juan, el que registró estas palabras, nos habla más adelante de lo que Jesús traerá ese día: nada menos que una nueva creación.

“Después vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el

primer cielo y la primera tierra habían dejado de existir,

lo mismo que el mar… Dios mismo estará con ellos [con

Su pueblo] y será su Dios. Él les enjugará toda lágrima

de los ojos. Ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento ni

dolor, porque las primeras cosas han dejado de existir”

(Apocalipsis 21:1, 3b-4).

El coronavirus y todas las plagas que han devastado el mundo dejarán de existir; pero la corona de justicia que se les dará a aquellos que aman al Señor Jesús nunca perecerá ni se desvanecerá.

¿En dónde encontramos paz en medio de una pandemia? Solamente en Jesús. La cuestión para todos nosotros es esta: ¿vamos a confiar en Él?

¿He respondido todas las preguntas que ha planteado esta crisis? No. En absoluto. Personalmente, aún me quedan muchos cabos sueltos y temas que quisiera tener más claros. Pero sé que algún día entenderé:

“Ahora vemos de manera indirecta y velada, como en un

espejo; pero entonces veremos cara a cara. Ahora conozco

de manera imperfecta, pero entonces conoceré tal y como

soy conocido” (1 Corintios 13:12).

Mientras tanto, seguiré el consejo del gran predicador del siglo diecinueve, Charles Haddon Spurgeon:

“Dios es demasiado bueno como para ser cruel, y es demasiado

sabio como para equivocarse. Cuando no podemos

ver Su mano, debemos confiar en Su corazón”.

Espero que este contenido te haya animado a confiar en Él; o, al menos, que te haya mostrado que el Dios que llevó una corona de espinas aún es digno de tu tiempo y de tus pensamientos.

Espero que investigues más profundamente y así descubras que en realidad Él da esperanza y paz sin importar lo que suceda en los meses y años que vendrán.

Editado y difundido de manera gratuita por La editorial Poiema, pueden acceder y descargarlo en sus Pc's o dispositivos telefónicos entrando al enlace que les dejaré en la imagen.
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Tomado de ¿Dónde está Dios en un mundo con coronavirus? Cap. 6, por John Lennox

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