Por Dr. John Lennox
PRESTANDO ATENCIÓN AL CONSEJO
En primer lugar, a nivel práctico, lo sabio es escuchar los consejos que van dando los médicos. El problema que surge aquí es que algunas veces el consejo no es coherente o es confuso, como se ha visto en algunos noticieros.
Con el fin de reducir la propagación del virus, se ha efectuado la cuarentena para las personas que tienen más riesgo, especialmente los ancianos y los que tienen problemas cardíacos y respiratorios. Curiosamente, en tiempos bíblicos, los israelitas también aprendieron sobre la necesidad de hacer cuarentena para prevenir la expansión de enfermedades infecciosas. El libro de Levítico en el Antiguo Testamento incluso ordenaba siete días de aislamiento para algunas enfermedades y un período indefinido para otras. [Levítico 13:1-46]
Seguir las recomendaciones de los médicos no demuestra incredulidad. Dios puede protegernos y sanarnos, pero espera que seamos sabios y que usemos todos los recursos que nos ha dado, incluyendo la medicina. El distanciamiento social y físico no es una expresión de egoísmo, sino de un amor al prójimo que busca proteger a los demás.
Amar al prójimo también significa que las personas de bajo riesgo tendrán el importante papel de visitar a los vulnerables (hasta donde lo permitan las circunstancias y regulaciones), ayudándolos con las compras y haciéndoles compañía, aunque el tiempo que puedan dar sea limitado.
MANTENIENDO UNA PERSPECTIVA BÍBLICA
C. S. Lewis escribió un artículo fascinante sobre la forma en que debían responder los cristianos ante la existencia de las armas atómicas. Puedes leerlo a continuación; pero, para ayudarnos a aplicarlo a nuestra situación, he añadido las palabras “coronavirus”, “virus” o “pandémica” entre corchetes en los lugares relevantes para transmitir la idea (de forma un poco imperfecta, lo admito, y me disculpo por eso):
“De cierta forma, estamos pensando demasiado en la
bomba atómica [coronavirus]. ‘. Cómo deberíamos vivir en
una era atómica [pandémica]?’ Estoy tentado a responder:
‘Pues, como hubiéramos vivido en el siglo dieciséis cuando
la plaga llegaba a Londres casi todos los anos, o como
hubiéramos vivido en una era vikinga en la que podían llegar
invasores escandinavos durante la noche a degollar a
la gente; o, de hecho, como vivimos ahora, en una era de
cáncer, de sífilis, de parálisis, de ataques aéreos, de accidentes
de trenes, de accidentes automovilísticos’.
En otras palabras, no exageremos en cuanto a la novedad
de nuestra situación. Créeme, querido hombre o mujer,
tú y todos los que amas ya fueron sentenciados a muerte
antes de que existiera la bomba atómica [coronavirus]; y
muchos de nosotros moriremos de formas bien desagradables.
Tenemos una gran ventaja que no tuvieron nuestros
ancestros: la anestesia. Es totalmente ridículo andar
por ahí lloriqueando y haciendo mala cara porque los
científicos [coronavirus] añadieron otra forma más de
morir dolorosa y prematuramente en un mundo donde ya
hay miles de estas muertes, y donde la muerte misma…
[es] algo seguro. (…)
Esto es lo primero que se debe decir y la primera acción
que se debe tomar: recobremos la compostura. Si todos
vamos a ser destruidos por una bomba atómica [coronavirus],
hagamos que cuando llegue esa bomba [virus]
nos encuentre realizando actos racionales y humanos:
orando, trabajando, ensenando, leyendo, escuchando
música, bañando a los niños, jugando al tenis, hablando
con nuestros amigos mientras disfrutamos de unas
bebidas y de un juego de dardos. Que no nos encuentre
apiñados como ovejas asustadas, pensando en bombas
[virus] que ciertamente pueden destruir nuestro cuerpo
(un microbio puede hacerlo), pero no deben dominar
nuestra mente”.
[On Living in an Atomic Age/ “Sobre la vida en una era atómica” – en Present Concerns: Journalistic Esssays / “Preocupaciones actuales: Ensayos periodísticos” (1948)]
Esto no es fácil de leer, pero nos recuerda que en la fe cristiana tenemos una perspectiva diferente.
AMANDO A NUESTRO PRÓJIMO
En tercer lugar, somos llamados a amar. Al comienzo presenté una lista de algunas de las primeras pandemias que se han registrado en la historia. Lo que no dije es que también sabemos cómo respondió la comunidad cristiana ante ellas. En un artículo reciente titulado “El cristianismo lleva 2000 años lidiando con epidemias”, Lyman Stone, un investigador del Institute for Family Studies y asesor en la firma consultora Demographic Intelligence, escribió:
“Los historiadores han sugerido que la terrible peste
antonina del siglo dos, la cual podría haberle quitado la
vida a un cuarto del imperio romano, hizo que el cristianismo
se propagara, ya que los cristianos cuidaron a los
enfermos y ofrecieron un modelo espiritual en el que las
pestes no eran causadas por deidades airadas y caprichosas,
sino que eran el producto de una creación rota que se
había rebelado contra un Dios amoroso. (…)
Pero la epidemia más famosa es la peste cipriana, que
recibió su nombre gracias a un obispo que describió esta
enfermedad vívidamente en sus sermones. La peste
cipriana, una enfermedad que probablemente esté relacionada
con el virus del Ébola, ayudó a disparar la crisis
del siglo tres en el mundo romano. Pero también hizo
algo más: desencadenó un crecimiento explosivo del cristianismo…
En sus sermones, Cipriano les decía a los cristianos
que no se lamentaran por las víctimas de la plaga,
sino que redoblaran sus esfuerzos por cuidar de los vivos.
Otro obispo, Dionisio, describió cómo los cristianos,
‘ignorando el peligro… se encargaron de los enfermos,
atendiendo todas sus necesidades’”.
[foreignpolicy.com/2020/03/13/christianity-epidemics-2000-
years-should-i-still-go-to-church-coronavirus (consultado el 20 de
marzo de 2020).]
Y no fueron solo los creyentes quienes notaron esta reacción de los cristianos ante la peste. Un siglo después, el emperador pagano Juliano se quejó amargamente de cómo “los galileos” cuidaban incluso de los enfermos que no eran cristianos. Por su parte, Ponciano, un historiador de la iglesia, relata que los cristianos aseguraban de hacer “el bien a todos los hombres, no solamente a los hermanos en la fe”. [Ibíd] El sociólogo y demógrafo religioso Rodney Stark afirma que la tasa de mortalidad en las ciudades donde había comunidades cristianas pudo haber sido la mitad en comparación con las otras ciudades. [Ibíd]
Este hábito de cuidado sacrificial ha vuelto a repetirse a lo largo de la historia. En 1527, cuando la peste bubónica golpeó la ciudad alemana de Wittenberg, Martín Lutero (el fundador de la Reforma protestante) decidió ignorar el llamado a huir y protegerse a sí mismo. Esto le costó la vida a su hija Elizabeth; pero también resultó en un panfleto llamado “¿Deben los cristianos huir de la peste?”, en el que Lutero habla con claridad sobre la respuesta cristiana ante la epidemia:
“Morimos en nuestros puestos. Los médicos cristianos no
pueden abandonar sus hospitales, los gobernadores cristianos
no pueden huir de sus distritos, los pastores cristianos
no pueden abandonar a sus congregaciones. La
peste no anula nuestros deberes: los convierte en cruces,
en las que debemos estar dispuestos a morir”.
El artículo de Stone concluye con la siguiente declaración:
“La motivación cristiana para buscar la higiene y la salud
no surge de un deseo de autopreservación, sino de una
ética de servicio a nuestro prójimo. Deseamos cuidar a
los afligidos, lo que ante todo significa no infectar a los
que están sanos. Los primeros cristianos crearon los primeros
hospitales en Europa como lugares higiénicos para
proveer cuidados en los tiempos de la peste, entendiendo
que la negligencia que aumentaba la propagación de las
enfermedades era, de hecho, asesinato”.
Nada de esto quiere decir que debemos ignorar las reglas que buscan disminuir contagios y ponernos así en riesgo a nosotros mismos y a otros, en especial en situaciones en las que tenemos que autoaislarnos o cuando estamos en un área que está en cuarentena. Sí quiere decir que debemos buscar maneras de amar a otros de forma sacrificial, porque así es como Dios ha amado a todos los cristianos en la persona de Su Hijo, al morir por ellos en la cruz. Amar a nuestro prójimo también significa evitar esa actitud egoísta e histérica frente a la comida y las necesidades básicas, que hace que las tiendas queden vacías y que nuestro prójimo no pueda conseguir lo que necesita.
RECORDANDO LA ETERNIDAD
Aquí quiero destacar un aspecto del legado cristiano que suele dejarse de lado. En cuarto lugar, los cristianos necesitamos recordar la eternidad. Los primeros cristianos, viviendo como vivían en un mundo peligroso donde estaban rodeados de toda clase de amenazas y donde la esperanza de vida era relativamente baja, se fortalecieron para vivir sacrificialmente, contribuyendo en gran manera al bienestar de otros, porque tenían una esperanza viva y real que iba más allá de la muerte.
C. S. Lewis escribió sobre este tema con palabras que son tan pertinentes hoy como lo fueron cuando las escribió:
“Un libro sobre el sufrimiento que no habla del cielo está
omitiendo casi por completo una parte de la historia. (…)
Habitualmente, las Escrituras y la tradición ponen en
una balanza las alegrías del cielo y el sufrimiento de la
tierra, y ninguna solución al problema del dolor que no lo
haga puede llamarse cristiana. Hoy en día ni nos atrevemos
a mencionar el cielo. Nos da miedo que se burlen de
nosotros y digan que construimos ‘castillos en el aire’...
pero, o hay un ‘castillo en el aire’ o no lo hay. Si no existe,
entonces el cristianismo es falso, porque esta doctrina es
una parte esencial del mismo. Y si existe, entonces debemos
enfrentarnos a esta verdad, así como a cualquier
otra…”.
[The Great Divorce [El gran divorcio] (Signature Classics, 2012),
427.]
Pablo, el apóstol cristiano, no se avergonzaba de hablar de su convicción y confianza en cuanto al futuro:
“De hecho, considero que en nada se comparan los sufrimientos
actuales con la gloria que habrá de revelarse en
nosotros… Pues estoy convencido de que ni la muerte ni
la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni lo presente ni lo
por venir, ni los poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni cosa
alguna en toda la creación podrá apartarnos del amor
que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro
Señor” (Romanos 8:18, 38-39).
Estas no son palabras de un filósofo sin experiencia que estaba sentado y tranquilo en su estudio; son las palabras de un hombre que había visto y experimentado las condiciones más duras y hostiles. Sufrió injustamente palizas y encarcelamientos, en ocasiones lo dejaron moribundo y experimentó muchas privaciones y dificultades a lo largo de su vida.
A veces, así como Pablo, trato de imaginar cómo es ese glorioso reino celestial. Aquí, la pregunta que surge dentro de mí es: si el velo que ahora separa el mundo visible del invisible se rompiera por un momento y pudiéramos ver el estado actual de los que han muerto —las multitudes de cristianos inocentes que sufrieron atrocidades causadas por gobiernos inmorales, jefes militares o capos de la droga, o que fueron víctimas inocentes de desastres naturales y pandemias— ¿será que, a la luz de todo lo que sabemos de Cristo, desaparecerían instantáneamente todas nuestras preocupaciones en cuanto a cómo Dios está manejando la situación? No hemos llegado a ese otro mundo, pero tenemos un mensaje sobre él y que proviene de él; un mensaje que este mundo ansioso e infectado por el virus necesita escuchar desesperadamente.
ESCALANDO LA MONTAÑA
Pero ¿quién soy yo para escribir sobre estas cosas? Tristemente, sé que algunos, tal vez muchos, de los que leerán estas páginas habrán perdido a un ser querido recientemente. Quizás pienses: “¿Qué sabe él de todo esto?”. Lo único que puedo decir es que hay personas que saben mucho más que yo sobre el dolor y el sufrimiento real, y que por eso pueden entender mejor tu pérdida y asegurarte que puede haber esperanza a pesar de todo.
Quiero terminar citando un libro extraordinario llamado I Choose Everything [Lo elijo todo], en el que Jozanne Moss (en Sudáfrica) y Michael Wenham (en el Reino Unido) describen su camino a través del sufrimiento. Ambos sufren una enfermedad terminal (la enfermedad de la motoneurona), y solo se conocen por correo electrónico.
Jozanne compara esa travesía con el ascenso a una montaña. Con honestidad y valentía, escribe sobre la forma en que Dios la ha sostenido [I Choose Everything [Lo elijo todo] (Lion Hudson, 2010), 176-178.]:
“He estado escalando mi montana durante casi quince
anos. La mayor parte de ese tiempo la he pasado en el
campamento base al pie de la montaña, donde sabía que
Dios me estaba preparando. Tenía miedo de escalar y pensaba
que mi meta era el campamento base. No pensé que
podía llegar a la cima, pero Dios me mostró a través de mi
enfermedad que no se trataba de mí o de lo que yo pudiera
hacer. Siempre se trató de Él. ‘Es Él [Dios] quien me arma
de valor y endereza mi camino; da a mis pies la ligereza
del venado, y me mantiene firme en las alturas’. (…) [2 Samuel 22:33-34]
Finalmente salí del campamento base y comencé a escalar.
Dios decidió que mi montana fuera el Everest. Definitivamente
no ha sido fácil, y mis pies han resbalado
frecuentemente. Muchas veces me he sentido agotada,
y algunas veces pensé que ya no podía avanzar más.
Ciertas partes de este ascenso son muy empinadas y
están mucho más allá de lo que pudiera alcanzar por mí
misma, pero Él sigue mostrándome Su poder y fortaleza
y, cuando estoy cansada, Él está allí. ‘... pero los que confían
en el Señor renovarán sus fuerzas; volarán como las
águilas: correrán y no se fatigarán, caminarán y no se
cansarán’. (…) [Isaías 40:31]
Sé que mi ascenso terminará pronto. Creo que estoy
cerca de la cima de mi montaña. Cuanto más uno escala,
cuanto más cerca está uno de la cima, más difícil se hace
respirar. El nivel de oxígeno disminuye cuando se incrementa
la altitud, lo que hace que los escaladores sufran
del mal de altura. (Según el Internet, los síntomas del
mal de altura leve y moderado consisten generalmente
en dolor de cabeza, falta de aire, dificultad para dormir,
pérdida del apetito, náuseas y aceleración del pulso’.) A
medida que los músculos del cuerpo se debilitan por la
progresión de la enfermedad de la motoneurona, también
se vuelven más débiles los músculos necesarios para respirar.
Siento que me falta el aire, tengo dolores de cabeza
regularmente, me cuesta dormir y mi pulso se acelera con
frecuencia. Pero eso no me preocupa, porque sé que estoy
cerca de la cima de mi montaña. Ahora el ascenso se está
complicando, pero debo perseverar. La recompensa que
me espera cuando llegue a la cima sobrepasa por mucho
cualquier sacrificio que pueda hacer. ¡Pregúntale a cualquier
escalador!
Así que, aquí estoy, mirando hacia arriba. El final está a
la vista y mi corazón se acelera de entusiasmo. Anhelo el
día en que podré decir: ‘He peleado la buena batalla, he
terminado la carrera, me he mantenido en la fe’”. [2 Timoteo 4:7]
Estas últimas palabras son las palabras del apóstol Pablo, que agregó:
“Por lo demás me espera la corona de justicia que el
Señor, el juez justo, me otorgará en aquel día; y no solo
a mí, sino también a todos los que con amor hayan esperado
Su venida” (2 Timoteo 4:8).
Un día, Jesús vendrá. Será el día que le prometió a Sus discípulos hace mucho tiempo, cuando les dijo:
“La paz les dejo; Mi paz les doy. Yo no se la doy a ustedes
como la da el mundo. No se angustien ni se acobarden. Ya
me han oído decirles: ‘Me voy, pero vuelvo a ustedes’. Si
me amaran, se alegrarían de que voy al Padre, porque el
Padre es más grande que Yo” (Juan 14:27-28).
Él dijo: “…vuelvo a ustedes”. Y Juan, el que registró estas palabras, nos habla más adelante de lo que Jesús traerá ese día: nada menos que una nueva creación.
“Después vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el
primer cielo y la primera tierra habían dejado de existir,
lo mismo que el mar… Dios mismo estará con ellos [con
Su pueblo] y será su Dios. Él les enjugará toda lágrima
de los ojos. Ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento ni
dolor, porque las primeras cosas han dejado de existir”
(Apocalipsis 21:1, 3b-4).
El coronavirus y todas las plagas que han devastado el mundo dejarán de existir; pero la corona de justicia que se les dará a aquellos que aman al Señor Jesús nunca perecerá ni se desvanecerá.
¿En dónde encontramos paz en medio de una pandemia? Solamente en Jesús. La cuestión para todos nosotros es esta: ¿vamos a confiar en Él?
¿He respondido todas las preguntas que ha planteado esta crisis? No. En absoluto. Personalmente, aún me quedan muchos cabos sueltos y temas que quisiera tener más claros. Pero sé que algún día entenderé:
“Ahora vemos de manera indirecta y velada, como en un
espejo; pero entonces veremos cara a cara. Ahora conozco
de manera imperfecta, pero entonces conoceré tal y como
soy conocido” (1 Corintios 13:12).
Mientras tanto, seguiré el consejo del gran predicador del siglo diecinueve, Charles Haddon Spurgeon:
“Dios es demasiado bueno como para ser cruel, y es demasiado
sabio como para equivocarse. Cuando no podemos
ver Su mano, debemos confiar en Su corazón”.
Espero que este contenido te haya animado a confiar en Él; o, al menos, que te haya mostrado que el Dios que llevó una corona de espinas aún es digno de tu tiempo y de tus pensamientos.
Espero que investigues más profundamente y así descubras que en realidad Él da esperanza y paz sin importar lo que suceda en los meses y años que vendrán.
Tomado de ¿Dónde está Dios en un mundo con coronavirus? Cap. 6, por John Lennox
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